lunes, 25 de marzo de 2019

Adaptación de la novela "Platero y yo", capítulo 2:" El Eclipse"

PLATERO Y YO

Autor original: Juan Ramón Jiménez
Adaptación : Rosa Navarro Durán
Narración: raquelfairytales






CAPÍTULO 2:   "EL ECLIPSE"

  ¿Qué pasa cuando la luna se pone delante del sol y nos tapa su luz? Que creemos que es de noche pero es de día: es el efecto de un eclipse. Juan Ramón cuenta cómo vio a Platero un día de eclipse, un día en que la luz se fue yendo en pleno día, y nos dice cómo quedó todo.
  Iba a empezar el eclipse. Lo sabían todos. La gente del pueblo se metía las manos en los bolsillos son querer. Se notaba que se acercaba el frescor de la sombra, del momento en que el sol se apagaría, igual que se nota esa humedad fresca cuando entramos en un pinar espeso. Las gallinas se fueron recogiendo  se pusieron apiñadas, juntas, subidas a la escalera del palo. El campo verde fue perdiendo su color. El mar lejano brillaba y se veían algunas estrellas, pálidas.
  Todos subieron a las azoteas de la casa para ver el eclipse. Miraban al sol con lo que tenían: con un anteojo de larga vista, con una botella, con un cristal ahumado. Y lo hacían desde todas partes: desde el mirador, desde la escalera del corral, desde la ventana del granero, desde los cristales azules y granas de la puerta del patio...
  Cuando se fue el sol que, momentos antes, daba tanta luz, todo quedó solo y pobre; primero pareció que el oro de la luz del sol se cambiaba a plata y luego la plata por el cobre.
  Las calles, las plazas del pueblo, la torre, los caminos de los montes se quedaron pequeños, tristes.
  Y allá en el corral, Platero parecía un burrito distinto, como si fuera de mentira, como si fuera un muñeco.

sábado, 23 de marzo de 2019

Adaptación de la novela "Platero y yo"

PLATERO Y YO

Autor original: Juan Ramón Jiménez
Adaptación : Rosa Navarro Durán
Narración: raquelfairytales




CAPÍTULO 1:   "PLATERO"

¿Cómo era Platero?
  Platero era pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que parecía que no tenía huesos, que era de algodón. Pero sus ojos, negros, eran como espejos de azabache - esa reluciente piedra negra- porque eran duros como dos escarabajos de cristal.
 Cuando lo dejaban suelto, se iba al prado. Con su hocico acariciaba las flores rosas, azules, amarillas. Y cuando lo llamaban, cuando oía su nombre - "¡Platero!"- acudía enseguida trotando tan alegremente que parecía que se reía, que sonaban cascabeles.
  Comía lo que le daban. Le gustaban las mandarinas, las uvas de color amarillo, transparente, como el ámbar, los higos morados...
  Era tierno y mimoso como un niño, como una niña; pero en cambio, por dentro era fuerte y seco, como una piedra.
  Los domingos, cuando Juan Ramón, montado en él, llegaba a las calles del pueblo que daban al campo, los campesinos, con camisa blanca, limpísima, se quedaban mirándolo y le decían:
- Tien´asero...
  Y es verdad que tenía "acero", porque era duro por dentro como el acero, pero por fuera era suave y peludo.
  Algún anochecer, cuando Platero y su amo entraban en el pueblo, lleno de la luz morada del crepúsculo, por una calle muy humilde que daba al río seco, los niños pobres jugaban a ser mendigos: uno se ponía un saco en la cabeza, otro se hacía el cojo. Pero enseguida se olvidaban de su papel de pobres, y presumían de lo que tenían sus padres. Uno decía:
- Mi padre tié un reló de plata.
¡Su padre tenía un reloj de plata! 
  Otro presumía del caballo de su padre:
- Y er mío, un caballo.
Y entonces otro hablaba de la escopeta del suyo:
- Y er mío, una ejcopeta.
  El reloj de plata sabía muy bien lo temprano que tenía que levantarse el padre del niño pobre para ir a trabajar. La escopeta no serviría para matar el hambre de la familia del otro niño. Y el caballo del tercero sólo les llevaría por una vida sin dinero. 
  Eran pobres. Pero los niños jugaban y cantaban, felices.
  Una niña forastera, la sobrina del Pájaro Verde, lo hacía con voz suave, dulce, como si fuera una princesa:

yo soy laaa viuditaaaa
del Condeee de Oréeee... 


Platero y Juan Ramón oían su canción al entrar en el pueblo.

viernes, 8 de marzo de 2019

Rapunzel - cuento de los hermanos Grimm

  
 RAPUNZEL

(cuento de los hermanos Grimm)





Había una vez una campesina a la que le gustaban mucho los canónigos, pero en su huerto no crecían y al estar embarazada no podía resistirse al antojo.
  Por este motivo, le pidió a su marido que robara un manojo del jardín de una huraña bruja que vivía cerca suyo.
  Así, en cuanto llegó la noche el hombre se coló de escondidas en el huerto de la vecina, arrancó un puñado de canónigos y se los llevó a su mujer, que se los comió con mucho gusto. 
  Al día siguiente, la campesina volvía a tener ganas de comer canónigos y su marido tuvo que volver a colarse en el jardín de la bruja, pero esta vez la bruja le cogió con las manos en la masa. Tanto se enfadó la anciana que le gritó:
-  ¡¡Ladrón pícaro y ruin!!¡¡ A cambio tu bebé será para mí!!
  Muerto de miedo, el pobre hombre accedió: cuando su mujer dio a luz a una bella niña, se la entregó a la bruja, que se la llevó y la llamó Rapunzel.
   A medida que crecía, Rapunzel se hacía cada vez más bella y todos la admiraban, especialmente por sus largos cabellos de color dorado. La bruja cada día tenía más celos de ella y así, para evitar que alguien la liberase, decidió encerrarla en una torre impenetrable a la que se podía acceder solo a través de una ventanita muy alta. Para entrar la bruja gritaba:
-¡¡ Rapunzel, lanza tus rubios cabellos, para que pueda subir como los pájaros, tan alto como ellos!! Al oír la señal, la muchacha lanzaba por la ventana su larguísima trenza y la mujer la usaba como cuerda para trepar.
  Un día, un príncipe que pasaba por allí vio a Rapunzel asomada a la ventana de la torre y se enamoró de ella a primera vista.
 Mientras se devanaba los sesos en busca de cómo llegar hasta su amada, el príncipe vio llegar a la bruja y corrió a esconderse entre los matorrales. Así, pudo escuchar cómo llamaba a la joven:
- ¡¡Rapunzel, lanza tus rubios cabellos, para que pueda subir como los pájaros, tan alto como ellos!! Entonces la vio trepar por la torre sujetándose a la fuerte trenza de la muchacha. Al cabo de un rato la bruja volvió a bajar y se alejó.
 En cuanto la vio marchar, el príncipe corrió a ponerse bajo la ventana y repitió las palabras que había oído pronunciar a aquella mujer. La inocente Rapunzel dejó caer su rubia cabellera por la ventana. ¡Imaginaos su sorpresa al ver entrar a aquel joven desconocido! 
Sin embargo, el príncipe la tranquilizó con sus impecables modales y conversaron alegremente durante horas. Aquella visita fue tan agradable que prometieron volver a verse: ¡desde entonces la visitaba cada día!
 Los jóvenes eran muy felices, pero un día la bruja volvió a la torre antes de lo acostumbrado y vio al príncipe bajar de la torre cogido de la trenza de Rapunzel. Estaba tan furiosa que para castigarla le cortó su larga melena, se la llevó a un desierto y allí le abandono a su suerte.
 Cuando el príncipe volvió a la torre y llamo a su amada, la malvada bruja, que tenía un maquiavélico plan, le tendió por la ventana la trenza que le había cortado a la pobre Rapunzel. 
  El príncipe comenzó a trepar como siempre, pero cuando casi había llegado arriba la bruja soltó la trenza y dejó caer al joven al vacío. Al caer, el joven se golpeó la cabeza y perdió completamente la vista. Ciego y afligido, comenzó a vagar por los bosques y las montañas hasta que un día llegó el desierto donde se encontraba su amada.
Al encontrarse, inmediatamente se reconocieron y se abrazaron. En ese momento, las lágrimas de alegría de Rapunzel cayeron sobre los ojos del príncipe y le devolvieron la vista.
 Entonces, el joven llevó a su amada a su castillo, donde por fin a los dos pudieron casarse y vivir felices y contentos para siempre.
 Nunca volvieron a saber nada de la bruja. ¡Algunos dicen que no volvió a salir de su torre!
                                                                 
                                                                         FIN
 

El lobo y los siete cabritillos - cuento de los hermanos Grimm

  
EL LOBO Y LOS SIETE CABRITILLOS

(cuento de los hermanos Grimm)






 Érase una vez Mamá Cabra que vivía junto a sus siete pequeños cabritillos en una casita en el bosque. Un día tenía que salir para recoger hierbas para la cena y les advirtió a sus hijos:
-  ¡No abráis al lobo, es muy peligroso y os comerá! - los cabritillos se lo prometieron:
-  ¡No te preocupes mamá, no le abriremos! -  a continuación, Mamá Cabra le dio un beso a cada uno de sus hijos y salió. Poco después llamaron a la puerta y una voz ronca dijo:
- ¡Pequeños, soy mamá, os he traído unos regalitos!¡vamos, a abrid la puerta, también os he traído la merienda! -. Los pequeños reconocieron la voz del lobo y respondieron:
-  ¡No te abriremos, ni lo sueñes!¡Te reconocemos por tu vozarrón,  la voz de mamá es muy dulce y suave!
 Entonces, el muy canalla corrió a comprar un tarro de miel para suavizar su voz. Nada más bebérselo de un trago sin dejar ni una gota, volvió a llamar a la puerta de los cabritillos con una vocecita mucho más delicada:
-  ¡Soy mamá, cabritillos míos, os he traído unos dulces!¡vamos, abrid la puerta, que vuestra mamá está muerta de cansancio!- . Los cabritillos estaban un poco indecisos, pero en cuanto vieron la pata del lobo apoyada sobre el alféizar dijeron a coro:
- ¡ No te abriremos, ni lo sueñes! ¡esa pataza que tienes no es como la de mamá: la tuya es negra y la suya es blanca!
 Enfadado, el lobo corrió hasta el molino metido la pata en la harina. Volvió de nuevo a la casa de los cabritillos y dijo con voz suave y dulce:
- ¡Soy mamá, cabritillos, no seáis traviesos, ¡vamos, a abridme la puerta, que estoy agotada!-.  Los cabritillos respondieron:
-  ¡Un momento, espera! ¿de qué color es tu patita?-.  Cuando el lobo tramposo levantó la pata llena de harina, los pequeños le abrieron la puerta.
 ¡Cómo se asustaron cuando vieron a que el lobo hambriento!
 Los cabritillos corrieron rápidamente a esconderse: uno en la cocina otro debajo de la mesa otro debajo de la cama otro bajo el lavabo otro dentro del armario y otro en la estufa. A pesar de sus esfuerzos, el lobo bribón revolvió toda la casa, los encontró y se los comió a todos menos a uno: solo el más pequeño, que se había escondido dentro de reloj de péndulo, consiguió librarse.
  Unas horas más tarde Mamá Cabra volvió a casa y se encontró todo patas arriba, sin rastro de sus cabritillos, ¡casi le da un soponcio!
 Empezó a llamarlos uno a uno pero ninguno le contestaba.
 Por fin, al oír la voz de su madre, el más pequeño salió del reloj y corrió hacia ella entre lágrimas para contárselo todo. Mientras se abrazaban, madre e hijo sintieron un fuerte ruido que venía del jardín: se asomaron a al lobo que se había quedado dormido panza arriba bajo un árbol roncando muy fuerte.
 Con la esperanza de poder salvar a sus hijitos, Mamá Cabra fue corriendo hasta el jardín con tijeras, aguja e hilo para abrirle la panza al lobo mientras dormía.
 ¡Imaginaos su felicidad al ver que todos sus cabritillos salían de allí sanos y salvos! Rápidamente los pequeños ayudaron a su madre a llenar la tripa del lobo con piedras grandes y pesadas, cosiendo se la al acabar la tarea.
 Al atardecer el lobo se despertó muerto de sed, se acercó a una rollo que había por allí cerca. En cuanto se inclinó hacia adelante para poder beber, el peso de las piedras le hizo tambalearse y se hundió en lo más profundo del río.
 A partir de aquel día Mamá Cabra y sus cabritillos vivieron felices y contentos y no volvieron a saber del lobo nunca más.
                                                                     FIN

lunes, 25 de febrero de 2019

Hansel y Gretel - cuento de los hermanos Grimm



HANSEL Y GRETEL 

(CUENTO DE LOS HERMANO GRIMM)




 
 Hace mucho tiempo, en los lindes del bosque vivía un leñador con su mujer y sus dos hijos, Hansel y Gretel. La familia era tan pobre que a menudo los niños se iban a dormir con el estómago vacío. Una noche, desesperados, el leñador y su mujer decidieron que a la mañana siguiente abandonarían en el bosque a los dos hermanitos para que tuvieran una vida mejor.
-  Con un poco de suerte alguien los encontrará y les alimentará adecuadamente - pensaron sus padres.
   Hansel, que no podía dormir, escuchó a escondidas su conversación y, al día siguiente, cuando sus padres le dieron el último mendrugo de pan y le acompañaron al bosque con su hermana, él guardó un pedacito e iba dejando caer unas migas de pan a lo largo del sendero. De este modo, esperaba poder encontrar el camino de vuelta a casa.
   Una vez llegaron a la parte más profunda del bosque, los padres les pidieron a los niños que les esperaran allí mientras recogían en leña. 
 
Cuando ya había pasado casi todo el día y empezaba a oscurecer, sus padres aún no habían vuelto. Entonces, Hansel cogido de la mano a su hermanita, que estaba muy asustada, y le dijo:
- Ven, vamos a volver a casa siguiendo las miguitas de pan. 
Sin embargo, los dos hermanitos no encontraron nada en el sendero: ¡los pájaros se habían comido todas las migas! como le era imposible orientarse en la oscuridad, los niños prepararon bajo un árbol un lecho de hojas secas para poder pasar la noche. Al día siguiente, Hansel y Gretel se volvieron a poner en marcha, pero ni siquiera con la luz del día conseguían encontrar el sendero de vuelta a casa. En cambio, pronto encontraron una casita de colores.
-  ¡Qué bonita! ¿quién sabe si vive una buena persona dispuesta a ayudarnos?- dijo Gretel. Los niños se acercaron para llamar a la puerta y descubrieron maravillados que la puerta de la casa era de chocolate, los muros eran de galleta, el tejado era de mazapán y las ventanas estaban construidas con azúcar transparente, ¡qué maravilla! Hansel y Gretel, que no comían desde hacía dos días, no se pudieron resistir y probaron un poco de aquí y de allá: comieron un pedacito de teja, un trocito de ventana y hasta uno de los ladrillos de galletas del propio muro.
  Mientras estaban disfrutando de aquel inesperado almuerzo, se abrió la puerta y se asomó una simpática viejecita que se dirigió a ellos con amables palabras:
 -  ¿Quién se está comiendo mi casita? ¡si son un niñito y una niñita! ¡Entrad si sois de buen comer, que tengo lista una comida caliente y algo para beber!
¡A Hansel y Gretel no se lo tuvo que repetir dos veces! Les sirvió unos deliciosos buñuelos y después les acompañó a dos camitas limpias y muy cómodas, donde los pequeños se durmieron enseguida.
    Sin embargo, a la mañana siguiente la anciana desveló quién era en realidad: una malvada bruja que encerró a Hansel en una jaula para engordarlo y comérselo más tarde, mientras que a Gretel la obligó a hacer las tareas domésticas más duras. Ahora los niños eran prisioneros de aquella bruja cruel, y habían perdido toda esperanza de volver a casa.
   Una mañana la bruja ordenó a Gretel que encendiera el horno y ésta tuvo una gran idea:
- No soy capaz, ¿me puedes enseñar a hacerlo?
  La bruja, refunfuñando, fue cojeando hasta el horno y se asomó dentro para encenderlo. Entonces, Gretel le dio un empujón y cerró la puerta. Mientras la bruja se cocía en el horno, la niña corrió para sacar de la jaula a su hermano.
   Antes de huir, se llenaron los bolsillos con las perlas y las piedras preciosas que la bruja escondía en su casa y escaparon.
   Cuando llegaron a las orillas de un río, un enorme cisne les ayudó a cruzarlo y así llegaron a su casa, donde sus padres, muy arrepentidos por haberles abandonado, les recibieron entre lágrimas, besos y abrazos. Desde entonces, y gracias al tesoro de la bruja, no volvieron a pasar hambre y vivieron todos juntos felices para siempre.

                                                              FIN

domingo, 24 de febrero de 2019

El flautista de Hamelin - cuento de los hermanos Grimm



El flautista de Hamelín

(cuento de los hermanos Grimm)



  Érase una vez una ciudad llamada Hamelín en la que sus habitantes no podían vivir en paz desde
hacía un tiempo por culpa de una terrible plaga de ratones. Estaban por todas partes en los graneros, por las calles, en las casas e incluso dentro de las cunas. El alcalde había intentado ahuyentarlos de todas las maneras posibles, pero no lo había conseguido y los ciudadanos estaban desesperados.
  Un día llegó a la ciudad un hombre de aspecto extraño con una flauta en la mano, que se presentó ante el Alcalde diciendo:
-  Excelencia, si lo deseáis os liberaré del problema. Si me dais una bolsa de oro a a cambio de mis servicios, tocaré con mi flauta una una melodía que atraerá a todos los ratones y lo sacará fuera de la ciudad. El alcalde, que habría dado lo que fuera por librarse de los ratones, aceptó inmediatamente:
 - ¡Con gran alegría acepto el trato! ¡todo se te dará, te lo prometo!
   El flautista fue entonces hasta la plaza mayor y comenzó a tocar su flauta mágica. Bajo los ojos atónitos de los habitantes de la ciudad, miles de roedores hipnotizados salieron de todos los rincones y siguiendo aquella dulce melodía, se tiraron al río y abandonaron la ciudad.
   ¡Por fin se habían liberado de la plaga de ratones de Hamelín!
   Cuando llegó el momento de recompensar al flautista como se habían acordado, el alcalde y los ciudadanos comenzaron a alegar mil excusas. Entonces, indignado, el hombre bajó a la calle y entonó una melodía distinta. Esta vez fueron los niños los que acudieron y le siguieron fuera de las murallas de la ciudad. Solo se salvó uno, que se había quedado atrás porque estaba cojo y no había sido lo bastante rápido para alcanzar a los demás.
    A la mañana siguiente el pequeño decidió ir a buscar a sus amigos y se encaminó hacia el bosque. El camino era largo y el niño se entretenía con una flauta que había hecho con la ramita de un árbol. Cuando escuchó una melodía muy parecida a la suya, la siguió y descubrió la cueva donde se escondía el flautista con el resto de los niños de Hamelín. El niño le imploró al flautista que dejara volver a casa a todos sus amigos. Entonces el hombre, que en el fondo tenía buen corazón, decidió regalarle su flauta mágica al niño para que fuera él mismo el que los llevase de vuelta a Hamelín.
   Al ritmo alegre de la musiquita de la flauta, los niños siguieron a su valiente amigo hasta la ciudad.    Cuando los vecinos de Hamelín volvieron a ver a sus hijos dieron saltos de alegría, incluso el alcalde, que también era papá.
  Desde aquel día, el alcalde y todos los demás habitantes de Hamelín cumplieron siempre sus promesas pero nunca más se supo del flautista mágico.

sábado, 16 de febrero de 2019

La lluvia de estrellas - Fábula alemana de los Hermanos Grimm



La lluvia de estrellas

Cuento de los Hermanos Grimm





Había una vez una pobre huerfanita que estaba completamente sola en el mundo. Lo único que poseía era su pobre vestimenta y un mendrugo de pan seco, que una buena persona le había dado. Apretando contra sí su mendrugo de pan con la manita iba por los campos confiando en la providencia del Señor.
 Un día pasó cerca de un pobre que le dijo con voz débil:
  - No he comido en dos semanas, podrías darme un poco de pan?
  - Claro que sí! Aquí tienes!- le respondió ella. Y le regaló lo que le quedaba del mendrugo de pan.
  Siguió caminando y encontró a una niña que se lamentaba:
  - Tengo frío y dolor de cabeza, si tan solo tuviera un sombrero...
  - Aquí tienes!- respondió la huerfanita ofreciéndole el suyo.
  Apenas dio unos pasos se encontró con otra pequeña que también estaba entumecida. La huerfanita, que era buena y generosa, no se lo pensó dos veces y enseguida se quitó su abrigo para ponerlo sobre los hombros temblorosos de la otra niña.
  Poco después, la niña se encontró con una niña sin falda y de nuevo no dudó en quitarse la suya y ofrecérsela a la otra.  
   Cuando llegó la noche, ya solo llevaba puesta la camisa pero se encontró con otra niña más pobre que todas las que había encontrado hasta aquel momento, a la que le faltaba justamente esa última prenda. Una vez más, la huerfanita decidió ayudar a la pequeña y así pues, le ofreció su propia camisa. Sin más ropa ni comida la niña se detuvo en un prado y dirigió la mirada hacia el cielo estrellado. De repente apareció un enorme resplandor, como si las estrellas hubiesen decidido caer del cielo. Decenas y decenas de monedas de oro comenzaron a llover a sus pies mientras que un cálido vestido arropó su cuerpo.  Desde aquel día la pequeña no volvió a ser pobre nunca más y no volvió a pasar frío.
                
                                                                   FIN