sábado, 23 de marzo de 2019

Adaptación de la novela "Platero y yo"

PLATERO Y YO

Autor original: Juan Ramón Jiménez
Adaptación : Rosa Navarro Durán
Narración: raquelfairytales




CAPÍTULO 1:   "PLATERO"

¿Cómo era Platero?
  Platero era pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que parecía que no tenía huesos, que era de algodón. Pero sus ojos, negros, eran como espejos de azabache - esa reluciente piedra negra- porque eran duros como dos escarabajos de cristal.
 Cuando lo dejaban suelto, se iba al prado. Con su hocico acariciaba las flores rosas, azules, amarillas. Y cuando lo llamaban, cuando oía su nombre - "¡Platero!"- acudía enseguida trotando tan alegremente que parecía que se reía, que sonaban cascabeles.
  Comía lo que le daban. Le gustaban las mandarinas, las uvas de color amarillo, transparente, como el ámbar, los higos morados...
  Era tierno y mimoso como un niño, como una niña; pero en cambio, por dentro era fuerte y seco, como una piedra.
  Los domingos, cuando Juan Ramón, montado en él, llegaba a las calles del pueblo que daban al campo, los campesinos, con camisa blanca, limpísima, se quedaban mirándolo y le decían:
- Tien´asero...
  Y es verdad que tenía "acero", porque era duro por dentro como el acero, pero por fuera era suave y peludo.
  Algún anochecer, cuando Platero y su amo entraban en el pueblo, lleno de la luz morada del crepúsculo, por una calle muy humilde que daba al río seco, los niños pobres jugaban a ser mendigos: uno se ponía un saco en la cabeza, otro se hacía el cojo. Pero enseguida se olvidaban de su papel de pobres, y presumían de lo que tenían sus padres. Uno decía:
- Mi padre tié un reló de plata.
¡Su padre tenía un reloj de plata! 
  Otro presumía del caballo de su padre:
- Y er mío, un caballo.
Y entonces otro hablaba de la escopeta del suyo:
- Y er mío, una ejcopeta.
  El reloj de plata sabía muy bien lo temprano que tenía que levantarse el padre del niño pobre para ir a trabajar. La escopeta no serviría para matar el hambre de la familia del otro niño. Y el caballo del tercero sólo les llevaría por una vida sin dinero. 
  Eran pobres. Pero los niños jugaban y cantaban, felices.
  Una niña forastera, la sobrina del Pájaro Verde, lo hacía con voz suave, dulce, como si fuera una princesa:

yo soy laaa viuditaaaa
del Condeee de Oréeee... 


Platero y Juan Ramón oían su canción al entrar en el pueblo.

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