RAPUNZEL
(cuento de los hermanos Grimm)
Había una vez una campesina a la que le gustaban mucho los canónigos, pero en su huerto no crecían y al estar embarazada no podía resistirse al antojo.
Por este motivo, le pidió a su marido que robara un manojo del jardín de una huraña bruja que vivía cerca suyo.
Así, en cuanto llegó la noche el hombre se coló de escondidas en el huerto de la vecina, arrancó un puñado de canónigos y se los llevó a su mujer, que se los comió con mucho gusto.
Al día siguiente, la campesina volvía a tener ganas de comer canónigos y su marido tuvo que volver a colarse en el jardín de la bruja, pero esta vez la bruja le cogió con las manos en la masa. Tanto se enfadó la anciana que le gritó:
- ¡¡Ladrón pícaro y ruin!!¡¡ A cambio tu bebé será para mí!!
Muerto de miedo, el pobre hombre accedió: cuando su mujer dio a luz a una bella niña, se la entregó a la bruja, que se la llevó y la llamó Rapunzel.
A medida que crecía, Rapunzel se hacía cada vez más bella y todos la admiraban, especialmente por sus largos cabellos de color dorado. La bruja cada día tenía más celos de ella y así, para evitar que alguien la liberase, decidió encerrarla en una torre impenetrable a la que se podía acceder solo a través de una ventanita muy alta. Para entrar la bruja gritaba:
-¡¡ Rapunzel, lanza tus rubios cabellos, para que pueda subir como los pájaros, tan alto como ellos!! Al oír la señal, la muchacha lanzaba por la ventana su larguísima trenza y la mujer la usaba como cuerda para trepar.
Un día, un príncipe que pasaba por allí vio a Rapunzel asomada a la ventana de la torre y se enamoró de ella a primera vista.
Mientras se devanaba los sesos en busca de cómo llegar hasta su amada, el príncipe vio llegar a la bruja y corrió a esconderse entre los matorrales. Así, pudo escuchar cómo llamaba a la joven:
- ¡¡Rapunzel, lanza tus rubios cabellos, para que pueda subir como los pájaros, tan alto como ellos!! Entonces la vio trepar por la torre sujetándose a la fuerte trenza de la muchacha. Al cabo de un rato la bruja volvió a bajar y se alejó.
En cuanto la vio marchar, el príncipe corrió a ponerse bajo la ventana y repitió las palabras que había oído pronunciar a aquella mujer. La inocente Rapunzel dejó caer su rubia cabellera por la ventana. ¡Imaginaos su sorpresa al ver entrar a aquel joven desconocido!
Sin embargo, el príncipe la tranquilizó con sus impecables modales y conversaron alegremente durante horas. Aquella visita fue tan agradable que prometieron volver a verse: ¡desde entonces la visitaba cada día!
Los jóvenes eran muy felices, pero un día la bruja volvió a la torre antes de lo acostumbrado y vio al príncipe bajar de la torre cogido de la trenza de Rapunzel. Estaba tan furiosa que para castigarla le cortó su larga melena, se la llevó a un desierto y allí le abandono a su suerte.
Cuando el príncipe volvió a la torre y llamo a su amada, la malvada bruja, que tenía un maquiavélico plan, le tendió por la ventana la trenza que le había cortado a la pobre Rapunzel.
El príncipe comenzó a trepar como siempre, pero cuando casi había llegado arriba la bruja soltó la trenza y dejó caer al joven al vacío. Al caer, el joven se golpeó la cabeza y perdió completamente la vista. Ciego y afligido, comenzó a vagar por los bosques y las montañas hasta que un día llegó el desierto donde se encontraba su amada.
Al encontrarse, inmediatamente se reconocieron y se abrazaron. En ese momento, las lágrimas de alegría de Rapunzel cayeron sobre los ojos del príncipe y le devolvieron la vista.
Entonces, el joven llevó a su amada a su castillo, donde por fin a los dos pudieron casarse y vivir felices y contentos para siempre.
Nunca volvieron a saber nada de la bruja. ¡Algunos dicen que no volvió a salir de su torre!
FIN