HANSEL Y GRETEL
(CUENTO DE LOS HERMANO GRIMM)
Hace mucho tiempo, en los lindes del bosque vivía un leñador con su mujer y sus dos hijos, Hansel y Gretel. La familia era tan pobre que a menudo los niños se iban a dormir con el estómago vacío. Una noche, desesperados, el leñador y su mujer decidieron que a la mañana siguiente abandonarían en el bosque a los dos hermanitos para que tuvieran una vida mejor.
- Con un poco de suerte alguien los encontrará y les alimentará adecuadamente - pensaron sus padres.
Hansel, que no podía dormir, escuchó a escondidas su conversación y, al día siguiente, cuando sus padres le dieron el último mendrugo de pan y le acompañaron al bosque con su hermana, él guardó un pedacito e iba dejando caer unas migas de pan a lo largo del sendero. De este modo, esperaba poder encontrar el camino de vuelta a casa.
Una vez llegaron a la parte más profunda del bosque, los padres les pidieron a los niños que les esperaran allí mientras recogían en leña.
- Ven, vamos a volver a casa siguiendo las miguitas de pan.
Sin embargo, los dos hermanitos no encontraron nada en el sendero: ¡los pájaros se habían comido todas las migas! como le era imposible orientarse en la oscuridad, los niños prepararon bajo un árbol un lecho de hojas secas para poder pasar la noche. Al día siguiente, Hansel y Gretel se volvieron a poner en marcha, pero ni siquiera con la luz del día conseguían encontrar el sendero de vuelta a casa. En cambio, pronto encontraron una casita de colores.
- ¡Qué bonita! ¿quién sabe si vive una buena persona dispuesta a ayudarnos?- dijo Gretel. Los niños se acercaron para llamar a la puerta y descubrieron maravillados que la puerta de la casa era de chocolate, los muros eran de galleta, el tejado era de mazapán y las ventanas estaban construidas con azúcar transparente, ¡qué maravilla! Hansel y Gretel, que no comían desde hacía dos días, no se pudieron resistir y probaron un poco de aquí y de allá: comieron un pedacito de teja, un trocito de ventana y hasta uno de los ladrillos de galletas del propio muro.
Mientras estaban disfrutando de aquel inesperado almuerzo, se abrió la puerta y se asomó una simpática viejecita que se dirigió a ellos con amables palabras:
- ¿Quién se está comiendo mi casita? ¡si son un niñito y una niñita! ¡Entrad si sois de buen comer, que tengo lista una comida caliente y algo para beber!
¡A Hansel y Gretel no se lo tuvo que repetir dos veces! Les sirvió unos deliciosos buñuelos y después les acompañó a dos camitas limpias y muy cómodas, donde los pequeños se durmieron enseguida.
Sin embargo, a la mañana siguiente la anciana desveló quién era en realidad: una malvada bruja que encerró a Hansel en una jaula para engordarlo y comérselo más tarde, mientras que a Gretel la obligó a hacer las tareas domésticas más duras. Ahora los niños eran prisioneros de aquella bruja cruel, y habían perdido toda esperanza de volver a casa.
Una mañana la bruja ordenó a Gretel que encendiera el horno y ésta tuvo una gran idea:
- No soy capaz, ¿me puedes enseñar a hacerlo?
La bruja, refunfuñando, fue cojeando hasta el horno y se asomó dentro para encenderlo. Entonces, Gretel le dio un empujón y cerró la puerta. Mientras la bruja se cocía en el horno, la niña corrió para sacar de la jaula a su hermano.
Antes de huir, se llenaron los bolsillos con las perlas y las piedras preciosas que la bruja escondía en su casa y escaparon.
Cuando llegaron a las orillas de un río, un enorme cisne les ayudó a cruzarlo y así llegaron a su casa, donde sus padres, muy arrepentidos por haberles abandonado, les recibieron entre lágrimas, besos y abrazos. Desde entonces, y gracias al tesoro de la bruja, no volvieron a pasar hambre y vivieron todos juntos felices para siempre.
FIN