lunes, 25 de febrero de 2019

Hansel y Gretel - cuento de los hermanos Grimm



HANSEL Y GRETEL 

(CUENTO DE LOS HERMANO GRIMM)




 
 Hace mucho tiempo, en los lindes del bosque vivía un leñador con su mujer y sus dos hijos, Hansel y Gretel. La familia era tan pobre que a menudo los niños se iban a dormir con el estómago vacío. Una noche, desesperados, el leñador y su mujer decidieron que a la mañana siguiente abandonarían en el bosque a los dos hermanitos para que tuvieran una vida mejor.
-  Con un poco de suerte alguien los encontrará y les alimentará adecuadamente - pensaron sus padres.
   Hansel, que no podía dormir, escuchó a escondidas su conversación y, al día siguiente, cuando sus padres le dieron el último mendrugo de pan y le acompañaron al bosque con su hermana, él guardó un pedacito e iba dejando caer unas migas de pan a lo largo del sendero. De este modo, esperaba poder encontrar el camino de vuelta a casa.
   Una vez llegaron a la parte más profunda del bosque, los padres les pidieron a los niños que les esperaran allí mientras recogían en leña. 
 
Cuando ya había pasado casi todo el día y empezaba a oscurecer, sus padres aún no habían vuelto. Entonces, Hansel cogido de la mano a su hermanita, que estaba muy asustada, y le dijo:
- Ven, vamos a volver a casa siguiendo las miguitas de pan. 
Sin embargo, los dos hermanitos no encontraron nada en el sendero: ¡los pájaros se habían comido todas las migas! como le era imposible orientarse en la oscuridad, los niños prepararon bajo un árbol un lecho de hojas secas para poder pasar la noche. Al día siguiente, Hansel y Gretel se volvieron a poner en marcha, pero ni siquiera con la luz del día conseguían encontrar el sendero de vuelta a casa. En cambio, pronto encontraron una casita de colores.
-  ¡Qué bonita! ¿quién sabe si vive una buena persona dispuesta a ayudarnos?- dijo Gretel. Los niños se acercaron para llamar a la puerta y descubrieron maravillados que la puerta de la casa era de chocolate, los muros eran de galleta, el tejado era de mazapán y las ventanas estaban construidas con azúcar transparente, ¡qué maravilla! Hansel y Gretel, que no comían desde hacía dos días, no se pudieron resistir y probaron un poco de aquí y de allá: comieron un pedacito de teja, un trocito de ventana y hasta uno de los ladrillos de galletas del propio muro.
  Mientras estaban disfrutando de aquel inesperado almuerzo, se abrió la puerta y se asomó una simpática viejecita que se dirigió a ellos con amables palabras:
 -  ¿Quién se está comiendo mi casita? ¡si son un niñito y una niñita! ¡Entrad si sois de buen comer, que tengo lista una comida caliente y algo para beber!
¡A Hansel y Gretel no se lo tuvo que repetir dos veces! Les sirvió unos deliciosos buñuelos y después les acompañó a dos camitas limpias y muy cómodas, donde los pequeños se durmieron enseguida.
    Sin embargo, a la mañana siguiente la anciana desveló quién era en realidad: una malvada bruja que encerró a Hansel en una jaula para engordarlo y comérselo más tarde, mientras que a Gretel la obligó a hacer las tareas domésticas más duras. Ahora los niños eran prisioneros de aquella bruja cruel, y habían perdido toda esperanza de volver a casa.
   Una mañana la bruja ordenó a Gretel que encendiera el horno y ésta tuvo una gran idea:
- No soy capaz, ¿me puedes enseñar a hacerlo?
  La bruja, refunfuñando, fue cojeando hasta el horno y se asomó dentro para encenderlo. Entonces, Gretel le dio un empujón y cerró la puerta. Mientras la bruja se cocía en el horno, la niña corrió para sacar de la jaula a su hermano.
   Antes de huir, se llenaron los bolsillos con las perlas y las piedras preciosas que la bruja escondía en su casa y escaparon.
   Cuando llegaron a las orillas de un río, un enorme cisne les ayudó a cruzarlo y así llegaron a su casa, donde sus padres, muy arrepentidos por haberles abandonado, les recibieron entre lágrimas, besos y abrazos. Desde entonces, y gracias al tesoro de la bruja, no volvieron a pasar hambre y vivieron todos juntos felices para siempre.

                                                              FIN

domingo, 24 de febrero de 2019

El flautista de Hamelin - cuento de los hermanos Grimm



El flautista de Hamelín

(cuento de los hermanos Grimm)



  Érase una vez una ciudad llamada Hamelín en la que sus habitantes no podían vivir en paz desde
hacía un tiempo por culpa de una terrible plaga de ratones. Estaban por todas partes en los graneros, por las calles, en las casas e incluso dentro de las cunas. El alcalde había intentado ahuyentarlos de todas las maneras posibles, pero no lo había conseguido y los ciudadanos estaban desesperados.
  Un día llegó a la ciudad un hombre de aspecto extraño con una flauta en la mano, que se presentó ante el Alcalde diciendo:
-  Excelencia, si lo deseáis os liberaré del problema. Si me dais una bolsa de oro a a cambio de mis servicios, tocaré con mi flauta una una melodía que atraerá a todos los ratones y lo sacará fuera de la ciudad. El alcalde, que habría dado lo que fuera por librarse de los ratones, aceptó inmediatamente:
 - ¡Con gran alegría acepto el trato! ¡todo se te dará, te lo prometo!
   El flautista fue entonces hasta la plaza mayor y comenzó a tocar su flauta mágica. Bajo los ojos atónitos de los habitantes de la ciudad, miles de roedores hipnotizados salieron de todos los rincones y siguiendo aquella dulce melodía, se tiraron al río y abandonaron la ciudad.
   ¡Por fin se habían liberado de la plaga de ratones de Hamelín!
   Cuando llegó el momento de recompensar al flautista como se habían acordado, el alcalde y los ciudadanos comenzaron a alegar mil excusas. Entonces, indignado, el hombre bajó a la calle y entonó una melodía distinta. Esta vez fueron los niños los que acudieron y le siguieron fuera de las murallas de la ciudad. Solo se salvó uno, que se había quedado atrás porque estaba cojo y no había sido lo bastante rápido para alcanzar a los demás.
    A la mañana siguiente el pequeño decidió ir a buscar a sus amigos y se encaminó hacia el bosque. El camino era largo y el niño se entretenía con una flauta que había hecho con la ramita de un árbol. Cuando escuchó una melodía muy parecida a la suya, la siguió y descubrió la cueva donde se escondía el flautista con el resto de los niños de Hamelín. El niño le imploró al flautista que dejara volver a casa a todos sus amigos. Entonces el hombre, que en el fondo tenía buen corazón, decidió regalarle su flauta mágica al niño para que fuera él mismo el que los llevase de vuelta a Hamelín.
   Al ritmo alegre de la musiquita de la flauta, los niños siguieron a su valiente amigo hasta la ciudad.    Cuando los vecinos de Hamelín volvieron a ver a sus hijos dieron saltos de alegría, incluso el alcalde, que también era papá.
  Desde aquel día, el alcalde y todos los demás habitantes de Hamelín cumplieron siempre sus promesas pero nunca más se supo del flautista mágico.

sábado, 16 de febrero de 2019

La lluvia de estrellas - Fábula alemana de los Hermanos Grimm



La lluvia de estrellas

Cuento de los Hermanos Grimm





Había una vez una pobre huerfanita que estaba completamente sola en el mundo. Lo único que poseía era su pobre vestimenta y un mendrugo de pan seco, que una buena persona le había dado. Apretando contra sí su mendrugo de pan con la manita iba por los campos confiando en la providencia del Señor.
 Un día pasó cerca de un pobre que le dijo con voz débil:
  - No he comido en dos semanas, podrías darme un poco de pan?
  - Claro que sí! Aquí tienes!- le respondió ella. Y le regaló lo que le quedaba del mendrugo de pan.
  Siguió caminando y encontró a una niña que se lamentaba:
  - Tengo frío y dolor de cabeza, si tan solo tuviera un sombrero...
  - Aquí tienes!- respondió la huerfanita ofreciéndole el suyo.
  Apenas dio unos pasos se encontró con otra pequeña que también estaba entumecida. La huerfanita, que era buena y generosa, no se lo pensó dos veces y enseguida se quitó su abrigo para ponerlo sobre los hombros temblorosos de la otra niña.
  Poco después, la niña se encontró con una niña sin falda y de nuevo no dudó en quitarse la suya y ofrecérsela a la otra.  
   Cuando llegó la noche, ya solo llevaba puesta la camisa pero se encontró con otra niña más pobre que todas las que había encontrado hasta aquel momento, a la que le faltaba justamente esa última prenda. Una vez más, la huerfanita decidió ayudar a la pequeña y así pues, le ofreció su propia camisa. Sin más ropa ni comida la niña se detuvo en un prado y dirigió la mirada hacia el cielo estrellado. De repente apareció un enorme resplandor, como si las estrellas hubiesen decidido caer del cielo. Decenas y decenas de monedas de oro comenzaron a llover a sus pies mientras que un cálido vestido arropó su cuerpo.  Desde aquel día la pequeña no volvió a ser pobre nunca más y no volvió a pasar frío.
                
                                                                   FIN